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21 de octubre de 2017Posiblemente, el trabajo del escritor sea uno de los más solitarios del mundo, donde el trato con el resto de los seres humanos se limita a encontrar información útil para el buen desarrollo del texto.
Esto puede ser así en la mayoría de los casos, pero una vez completada su obra debería dar comienzo una relación íntima con aquel que va a poner nombre a la edición del texto original, relación que en la actualidad muy pocas veces llega a concretarse, salvo en contadas excepciones y siempre con autores de prestigio y renombre.
Pero este trato distintivo entre autor y editor debe realizarse siempre y en todo caso, y esto debe tenerlo muy presente el autor, que es quien en principio puede recelar temiendo una excesiva influencia de este sobre la obra, llegando a desconfiar sobre la pérdida de la propiedad intelectual de su escrito o ver disminuida su impronta en el relato en beneficio de una mano extraña y ajena…
Nada más lejos de la realidad, el editor procurará limar y perfeccionar el texto sin menoscabo de ninguna de las partes que componen el libro ni de la autoría del escrito, ni su carácter, personalidad o estilo personal, simplemente se dedicará a hacer extensible y entendible lo escrito hacia el público lector.
Por el contrario, si el editor no se interesa por afianzar una relación íntima entre autor, obra y él mismo, hay que tomar por seguro que lo único que busca es una transacción económica, y le importa muy poco la calidad del libro, con lo que la posible proyección que este tenga se verá mermada y limitada.
El editor debe ser parte activa en la elaboración final de la novela
Y es que la experiencia que un editor tiene en el campo de la expansión de la obra no la tiene el autor, por lo tanto, es la fuerza que este necesita para que pueda alcanzar una mayor cantidad de público y obtener un mayor reconocimiento.
El hecho es que, salvo exigencias específicas y casos aislados dependientes de la propia editorial, es el autor quien lleva el manuscrito al editor y este decide qué hacer con él.
En este momento, el editor puede adoptar varios caminos; o deshacerse de la obra porque no cumple los estándares de calidad de la editorial, o bien publicarla sin más, como ocurre en la gran mayoría de editoriales de auto publicación y que no es el caso de Líberman, editorial que cuando decide tomar posesión de la obra se involucra en su tratamiento final, para resaltar sus puntos fuertes y eliminar los errores que pudiera tener.
A partir de aquí se abren dos nuevas posibilidades, la del editor que aconseja cambios fundamentales y la del editor que acepta convertirse en casi un coautor de la novela, porque ve en ella motivos para conseguir un nivel de calidad superior, hay potencial y cree en la necesidad de intervenir directamente en ella.
Estas vías deberán contar con la aprobación del autor. Si este está convencido de que la obra no necesita nada más, adelante; si este considera que algunos consejos y correcciones deben ser tenidas en cuenta, adelante; si acepta que la novela peca de errores que pueden ser solucionados o el texto en general puede mejorarse sustancialmente con la mediación del editor, adelante.
Siempre y en cualquier caso la novela pertenece al autor y el editor solo pretenderá mejorarla.
El autor debe aceptar la opinión del editor
Como autor novel llegas a un lugar, la editorial, del que desconoces su funcionamiento y, por tanto, no sabes bien cómo tienes que actuar para que tu trabajo consiga llegar a su fase final, la publicación.
Tu energía y esperanzas se encuentran en un pendrive o en doscientas fotocopias dentro de una carpeta. La inseguridad y desconfianza que sientes es lógica y justificada en un mundo donde lo que prima es el dinero.
Pero si tienes la suerte de llegar a una editorial como Líberman, en la que lo primero es la obra y el autor, entonces el editor debe estimarse un amigo, un guía y un compañero al que te une un proyecto común.
El escritor debe considerar al editor como la persona más importante en lo que respecta a su obra, debe aceptar para su propio beneficio que es el único capaz de concretar su trabajo literario y alcanzar el mayor número posible de lectores, de él depende que al menos parte de las expectativas que se tienen al publicar el libro se vean legitimadas.
Aunque la firma del contrato justifique la legalidad del trato, el buen editor y el autor inteligente deben trascender de este mero formalismo y hacer todo lo que esté en ambas manos para la perfecta conclusión de la obra y su posterior proyección.
Trabajo y confianza deben ser sus bases. Ilusión y expectativas su alimento.
Por último, cabe reseñar que estas expectativas difícilmente se verán cubiertas en su totalidad por la realidad, es entonces cuando pueden aparecer situaciones incómodas y en algunos casos incluso conflictivas. Hay que recordar, en esos momentos, que la relación que se establece entre editor y autor se basa en un proyecto común, ambos comparten los mismos deseos, que a veces no llegan a concretarse, pero que siempre merece la pena intentar.
En cualquier caso, ambas partes están destinadas a entenderse y a respetarse, y ambos están obligados a luchar, y hacer causa común, ese es el compromiso del editor, y asumir la parte de responsabilidad en el trato acordado, es el del autor.
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Este texto ha sido redactado por Israel Guerra de copyandbooks.com